Trabajadores tóxicos: Los expertos establecen los ocho perfiles más dañinos de la oficina
Noelia Silvosa
Es muy fácil detectarlos, pero no tanto cambiarlos ni convivir con ellos. Estos son los comportamientos que más enturbian los equipos en el entorno laboral
Trabajador tóxico. Entiéndase aquel que dentro de una empresa actúa contagiando malos hábitos, propiciando discusiones y restando la energía de todo el que esté con él. «A veces no hay intencionalidad, pero impactan contra el rendimiento general», advierte Andrea Vara Ortiz, técnica de empleo y orientadora laboral, que añade que durante su etapa como seleccionadora de personal, descubrió lo importante que es tratar de identificar a este tipo de perfiles en la propia entrevista. «Lo primero es separar a la persona del conflicto, porque la mayoría pueden cambiar esos comportamientos. Pero hay que tener claro que mientras el tóxico consiga lo que quiere, no va a cambiar. No obstante, todos tenemos un momento tóxico, el problema es que esa actitud se mantenga en el tiempo», asegura Mario López Guerrero, director de posgrados de la Fundación Escuela Universitaria de Relaciones Laborales de A Coruña (ERLAC). El tóxico no entiende de cargos y está en todas las escalas. Pero el liderazgo, recuerda, es situacional: «A veces tienes que estar detrás del equipo y otras delante. Cuando lideras, el objetivo lo tiene que conseguir el equipo, del cual tú eres responsable. Pero es el equipo el que lo consigue, no tú». El experto advierte de los riesgos que conlleva el emplear la competitividad como forma de motivar a los trabajadores: «Está mal entendida. Las personas son diferentes, y lo que motiva a unos no es lo mismo que lo que motiva a otros. Hay que cuidar a la gente y no hacer planes desde arriba. Muchas veces, con una dinámica cooperativa obtienes más resultados». ¿Esas diferencias entre personas deben trasladarse también a sus funciones dentro del equipo? «No es bueno que todos hagan de todo, porque la gente tiene que aportar valor donde aporta valor. Otra cosa es que por circunstancias no haya nadie, porque las cosas hay que hacerlas, pero hay procesos que a unos se les dan mejor y a otros peor, y lo ideal es que cada uno haga lo que mejor se le da», apunta López Guerrero, que pone un ejemplo futbolístico: «Si en el minuto 90 el portero tiene que rematar, vale. Pero durante los 90 minutos previos, mejor que esté bajo palos».
Dos son los comportamientos tóxicos que más detecta Alberto Gavilán, director de Talento de la compañía de Recursos Humanos Adecco: el individualismo y el egocentrismo. «La mayor dificultad que se encuentran ahora las empresas es que es muy complicado que las personas hagan sus trabajos individualmente sin depender del grupo, pero hay gente que mira solo por lo suyo y no trabaja en equipo. Hace unos años había indicadores del rendimiento individual, pero ahora, y más desde la implantación del teletrabajo, las personas que no son capaces de asumir y trabajar en equipo, van quedando más en evidencia», manifiesta Gavilán. El ego descontrolado es otro de los huevos podridos de muchas organizaciones, especialmente cuando el que lo presenta es un jefe. «Es demoledor, porque da un ejemplo malísimo. Que tenga esa actitud de estar siempre en primer plano destruye el espíritu de equipo. Un liderazgo así destruye cualquier iniciativa de colaboración», asegura. El directivo comparte con López Guerrero su visión acerca de la competitividad. «Un punto es sano, para hacerlo mejor de lo que lo hice el mes pasado. Pero es responsabilidad del superior sacar lo mejor de las personas, y las comparaciones entre miembros del equipo no son la manera de hacerlo, porque va a haber una percepción de injusticia por parte de los trabajadores», dice. En cualquier caso, asegura, los perfiles «son estereotipos, pero sí que reflejan figuras que se aprecian en las empresas, y sobre todo ahora, que la gente se ve menos». Él los descubre muchas veces en la propia entrevista de trabajo. En la selección detecta talentos, pero también debilidades. «Siempre ves ciertas carencias, sobre todo si al preguntarles cómo les fue en anteriores experiencias, ponen el foco en lo negativo. «Hay verdaderos especialistas en pasar las entrevistas, pero en otros se detecta rápido esa dificultad para ver la parte positiva del trabajo y de las relaciones con los compañeros», apunta Gavilán.
Es fácil tener algo de todos estos perfiles, incluso hay quien presenta varios. Lo preocupante es que cronifiquen. Para reconocerse y reconocerlas, estos son las ocho personalidades más tóxicas de cualquier oficina y las posible soluciones para convivir con ellas.
La estrella
No es difícil identificar a la estrella del equipo. Destacar en sí no es malo, pero sí infravalorar y rebajar al otro sin reconocerle lo suficiente por la falta de autoestima y confianza propias. «Las estrellas necesitan reconocimiento y aceptación, pero si el que pisa a otros es siempre el que se lleva los aplausos, te ves desplazado y con miedo a hacer una crítica que no van a aceptar los demás», apunta López Guerrero, que lo compara con el bullying y matiza que en muchas empresas son frecuentes los conflictos de egos: «Cuando hay dos egos altos, luchan entre ellos». Es, en definitiva, un problema. «La estrella quiere ser protagonista, son buscadores de atención. Hay que acotar su momento y porcentaje de contribución», aconseja Vara.
El vampiro
Se trata del clásico envidioso. «Es el perfil que tiene más difícil solución, por lo que es mejor centrarse en cambiar tu forma de verlo o de tomártelo que en que ellos se corrijan», indica Vara. El vampiro critica a los otros, «se inventa chismes y genera organizaciones enfermas en las que hay muchos relatos, aunque ninguna versión oficial, y ya no sabes a quién creer», dice López Guerrero, que apunta que el hecho de que alaben a otros no es malo, «pero sí que deberían de decirte esas cosas buenas también a ti», matiza. Hay que tener cuidado para que no se aprovechen del trabajo ajeno.
El superado
El quejica es un clásico, pero ojo con el que se ahoga en un vaso de agua cada cinco minutos porque, advierte el experto, esa conducta puede ser un arma de chantaje emocional: «Puede convertirse en un ‘ayúdame en esto, que no puedo'. Pues si llevas cinco años y aún no puedes...», dice el director de posgrados. Otro perfil mucho menos dañino, asegura, es el del que se queja por sistema antes de empezar a hacer algo, pero luego lo hace. «A no ser que use la queja como una forma de obstrucción», advierte. «Es el típico que asume muchas tareas para poder acaparar todo y quejarse de lo que le ha costado sacarlo adelante. Igual le ha costado lo mismo que a otro, pero necesita decirlo en alto», dice Vara. Por otro lado están los quejicas más inofensivos. «Si simplemente es la queja inicial, ya todo el mundo se ríe y no pasa nada», manifiesta López Guerrero.
El que nunca traslada un problema
«Cuanto más tiempo se ignora el problema, más trabajo se acumula», avisa Vara, que recomienda combinar este tipo de trabajadores con otros de pensamiento más crítico para equilibrar la balanza del equipo. Es un perfil muy valorado por los superiores, a los que jamás les traslada un conflicto ni les dice que no, pero que acaba quemando a los trabajadores que asumen la sobrecarga resultante de ese silencio. «Fantaseamos en vez de ver la realidad, que el tiempo y los recursos son limitados, por mucho que a tu jefe le guste que le digas a todo que sí», afirma López Guerrero, que subraya que la clave en las organizaciones es la confianza, también para decir no.
El intenso
Este tipo de trabajador lo vive siempre todo intensamente, con un ritmo frenético que pretende que le sigan los demás. Cuando no es así, puede ofenderse y culpar a otros miembros de su equipo por no ser tan trabajadores como él. «Lo peligroso de este perfil es que pueden captar más la atención de sus superiores que otro tipo de personas, por la forma que tienen de decir las cosas. Los jefes no deberían focalizar su atención en ellos solo por el hecho de que se expresen tan intensamente, y tendrían que prestar atención a otras personas», recomienda Vara. La experta asegura que el intenso y los empleados estrella son los perfiles tóxicos que más se ven venir ya desde el mismo momento de la entrevista de trabajo.
El intocable
Los intocables son, advierte López Guerrero, un mal endémico en muchas organizaciones. «Carecen de inteligencia emocional y de empatía, como los psicópatas. El problema es que es el hijo o la hija del jefe, el enchufado, el protegido... Y si no obtienen el resultado que desean, son muy manipuladores y pueden dejar mal a otros», dice el experto, que destaca que cuando alguien tiene esa condición, «no es democrática ni por mérito», e indica que el resultado para muchos trabajadores con los que coinciden es «que se van a sentir mal, y lo que van a hacer es irse de ese sitio ante el malestar y la imposibilidad de mejorar la situación».
El distraído
Retrasan el trabajo, se olvidan de hacerlo o de los plazos y los tiempos que hay marcados para ello. «Si su trabajo es más lento o hay que rehacerlo por no terminar de responsabilizarse de él o por despiste, afecta al grupo», apunta Vara. «Luego están los que nunca deciden. Hay líderes que no lo hacen, y trabajadores que generan una obstrucción continua por no querer asumir responsabilidades», afirma López Guerrero. Hay que poner en una balanza si darles un plazo para obligarles a asumir esas responsabilidades, pero de no lograrlo, lo ideal es redistribuir las funciones para que el grupo esté bien engrasado, concluyen ambos.
El que se pasa el día debatiendo
En todo equipo hay algún miembro que se dedica a debatir cualquier indicación o modificación en el trabajo, lo que también hace más lenta la dinámica del grupo. «Dedican muchísimo tiempo a darle vueltas a lo mismo porque necesitan digerirlo así, y eso repercute en el resto. Una posible solución sería pasarles la información por escrito para que ellos le den vueltas al tema consigo mismos, y a su vez no dejarles tanto margen para hacerlo en el puesto de trabajo», aconseja la orientadora.
La mejor receta para que el empleado esté a gusto y haga mejor su trabajo, coinciden los expertos, es cuidarlo. «Siempre se habla de la conciliación, pero uno puede pedirte vacaciones o llegar un poco más tarde por los niños, y otro para ir al gimnasio. No siempre nos motiva lo mismo ni tenemos las mismas circunstancias, pero todas merecen ser atendidas. Si los cuidas con equidad, rendirán más», desvela López Guerrero para desintoxicar un poco el ambiente.
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