Frente a la Cuarta Revolución industrial, ¿cuál es el futuro del trabajo?
A principios de septiembre Amazon, el gigante tecnológico estadounidense que acaba de convertirse en la segunda compañía de la historia valorada en más de un billón de dólares, abrió su tercer “supermercado inteligente”. Como bien sabemos, Amazon no entra en un mercado en el que no pueda causar una disrupción. Amazon Go es la primera tienda sin cajeros ni dependientes. A través de cámaras infrarrojas, sensores electrónicos y algoritmos de aprendizaje profundo, Amazon sabe qué artículos se han llevado sus clientes al salir por la puerta y se los cobra de su cuenta bancaria en el acto.
Más allá de ser un avance tecnológico extraordinario, hay quienes ven la llegada de la “tienda inteligente” como una amenaza para nuestras economías. En Estados Unidos, por ejemplo, los dos empleos más comunes son precisamente los de cajero y dependiente. ¿Qué pasará con estos trabajos si los supermercados inteligentes se vuelven la regla y no la excepción?
La lista de ocupaciones que, según los investigadores, podrían dejar de existir aumenta diariamente, producto de la Cuarta Revolución Industrial. Se estima que, en el mundo desarrollado, entre un tercio y la mitad de todos los empleos son susceptibles de ser automatizados en los próximos 25 años. En América Latina, donde los trabajos suelen ser más intensivos en mano de obra y, por lo tanto, más automatizables en principio, esta cifra sería incluso más alta.
Hay quienes afirman que estos números son demasiado alarmistas: el crecimiento económico siempre ha sido fruto de la innovación y del reemplazo de trabajos viejos por nuevos, de aquello que Joseph Schumpeter llamaba la “destrucción creativa”. Sin embargo, la discusión ahora es sobre si “esta vez es diferente”.
La Cuarta Revolución Industrial nos coloca frente a un mundo cuyo signo principal es el cambio constante, y las economías que mejor se adapten a esta realidad rebasarán a las que no. Por eso, Iberoamérica no tiene más opción que ser parte del cambio y asumir los retos que conlleva: invertir más en innovación e investigación, tener infraestructuras para el siglo XXI, hacer la transición a la economía digital, abrir las instituciones a las transformaciones, y ser creativos y emprendedores.
Quiero detenerme en tres aspectos esenciales. El primero es entender que la disrupción tendrá efectos diversos en distintos grupos y generaciones. No será igual para quienes hoy van a la escuela, han crecido en el mundo digital y están habituados al cambio, que para aquellos que actualmente se encuentran en riesgo de perder su empleo poco antes de su edad de retiro. Habrá un período de transición en el que muchas personas se verán desprotegidas. Debemos afianzar nuestro compromiso con ellas y diseñar políticas públicas que respondan a la disrupción.
Por otra parte, tenemos que actualizar nuestras instituciones. Nuestros sistemas de representación colectiva están anclados en el siglo XIX y mediados del XX, una época donde la gente no solía cambiar de empresa, donde había grandes industrias, pocos trabajadores autónomos y ni se sospechaba que algún día existirían los “nómadas digitales”. Necesitamos modelos de representación que concilien trabajo y familia, que nos ayuden a combatir la informalidad laboral e incorporen a jóvenes y mujeres, que son las principales víctimas del desempleo.
Por último, debemos invertir más en nuestros trabajadores, abandonando la idea de que solo se aprende en la escuela y apostando por una educación continua y en los espacios de trabajo. Una educación que nos enseñe a educarnos, a cambiar con el cambio y a ser parte de él. Así no perderemos el ritmo, ni seremos reemplazables. Estoy convencida que, en la economía del futuro, gran parte de los nuevos empleos vendrán no solo de las “STEM” (siglas en inglés de Ciencia, Tecnología, Ingenierías y Matemáticas), sino también de los servicios: la salud, la educación, los cuidados, el entretenimiento y las industrias creativas. Trabajos insustituibles que darán un salto cualitativo hacia la economía digital y aumentarán su productividad para que los empleos sean mejores, no peores. Por eso insisto en que debemos prepararnos. Y hacerlo viendo las oportunidades, no sólo los riesgos.
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